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Europa:
en busca de una identidad |
La
Ciudadanía europea tal como está recogida hoy en los Tratados es una
realidad aún incipiente. Más bien, lo que tenemos es el comienzo de un
proceso evolutivo que desembocará en una u otra realidad según la suerte
que corra el proceso de integración europeo. Para que la ciudadanía
europea se desarrolle plenamente y tenga un significado real para los
europeos es necesario que vaya surgiendo, con unos perfiles cada vez más
definidos, una conciencia de identidad europea. En esa labor el papel de
los sistemas educativos será esencial. Al igual que la extensión de la
escolarización general fue clave para la consolidación de las
identidades nacionales, en la lenta aparición de una identidad europea,
de un "sentido de pertenencia", tendrá mucho que ver con la
labor en las escuelas, institutos y universidades.
En
este apartado vamos a analizar cuáles son los grandes temas de debate en
torno a la actual ciudadanía europea y su posible evolución.
Partidarios y
detractores
El
método "funcionalista" de construcción europea, ideado por Monnet,
fue posiblemente el único factible y el que ha permitido los progresos en
el proceso de integración. Sin embargo, esa forma de construcción de
Europa se ha basado en unas instituciones burocráticas gestionadas por
unas elites administrativas que toman esencialmente decisiones de tipo
económico y que, y esto es lo importante, son vistas con gran desapego,
desinterés y desconfianza por parte de los ciudadanos de los Estados
miembros de la Unión. La "burocracia de Bruselas" es vista como
algo muy lejano por parte del "europeo de a pie".
La
institucionalización de la ciudadanía europea en el Tratado de la Unión
Europea ha sido, sin duda, el más importante esfuerzo de tender un puente
entre las instituciones de la Unión y los ciudadanos, de hacer que los
europeos sientan la construcción europea como algo que les afecta más
allá de las reglamentaciones económicas y administrativas de Bruselas,
algo que tiene que ver con sus derechos y deberes, con su identidad.
El
resultado de este intento es, hoy por hoy, bastante decepcionante. Los
europeos "pasan" en gran medida del nuevo estatuto de
ciudadanía, la desinformación es bastante general y es discutible si el
sentimiento de identidad europeo se ha desarrollado o no.
¿Cuáles
son los motivos de este relativo fracaso? Las respuestas, evidentemente,
varían según las posiciones que se mantengan ante el proceso de
construcción europea.
Para
los más europeístas, el estatuto de la ciudadanía europea, tal como
está recogido actualmente en los Tratados, es totalmente insuficiente.
Los derechos recogidos son "despreciables", están redactados de
una manera apresurada y confusa, y son, por consecuencia, vistos con
muy poca ilusión por parte de los ciudadanos.
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Declaración
de Derechos del Hombre y del Ciudadano
(1789) |
Hay
incluso quién, como J.H.H. Weiler, recogen el extendido rumor de que la
inclusión del capítulo sobre la ciudadanía europea en el Tratado de
Maastricht fue fruto de una queja a última hora de Felipe González, en
aquel momento jefe de gobierno español, quién destacó el descontento
que se iba a crear al observarse el gran desequilibrio existente entre los
avances económicos (Unión económica y
monetaria) y los progresos políticos en el Tratado que se estaba a
punto de firmar en Maastricht. Se dice que los mandatarios europeos
redactaran de forma rápida, y un tanto chapucera, el capítulo de la
ciudadanía.
Sea o
no cierto este rumor, lo que es evidente para los sectores más
europeístas es que los derechos que se recogen en el estatuto de
ciudadanía son muy escasos, y el más importante, el de la libre
circulación, no está todavía plenamente desarrollado. Para algunos, la
ciudadanía europea es un estatuto vacío de contenido real que ha sido
utilizado para "vender la idea de Europa", ocultando la
realidad: Europa avanza sólo en la integración económica, mientras que
marcha como un caracol en la construcción política.
Hay,
por supuesto, otra corriente de opinión, la que se ha venido en denominar
"euroescéptica", que ve estos avances como excesivos y trata de
frenar cualquier evolución ulterior hacia la integración política y la
plena ciudadanía europea. Esta postura tiene sus representantes más
conspicuos en Gran Bretaña, especialmente en el partido conservador o
"tory", y en Dinamarca.
En
Dinamarca, el Tratado de la Unión Europea fue rechazado en referéndum en
junio de 1992. El Folketing, Parlamento danés, presentó al Consejo
Europeo celebrado en diciembre de ese año en Edimburgo, aprobó un
documento ("Dinamarca en Europa") en el que concretaba la
postura danesa reticente a los avances del Tratado de Maastricht, entre
ellos, la institución de la ciudadanía europea.
El
Consejo Europeo, para facilitar la adhesión danesa al Tratado, recordó
en sus comunicados que la ciudadanía europea "no sustituye de
ninguna manera a la ciudadanía nacional" y que la UE "respeta
la identidad nacional de sus miembros".
La
delegación danesa aprobó una declaración unilateral en la que vemos
resumidos gran parte de los elementos de la postura "euroescéptica"
respecto a la ciudadanía europea:
"(...)
la ciudadanía de la Unión es un concepto político y jurídico que
difiere completamente del de ciudadanía en el sentido que le atribuyen
la constitución del reino de Dinamarca y el sistema jurídico danés
(...)
Ninguna
disposición del Tratado ni implica ni preve un compromiso encaminado a
crear una ciudadanía de la Unión en el sentido de ciudadanía de un
Estado-nación (...)
La
ciudadanía de la Unión no otorga de ninguna manera a un residente de
otro estado miembro el derecho de adquirir la ciudadanía danesa o
cualquier otro derecho, deber, privilegio o ventaja que se derive en
virtud de la constitución y las leyes danesas".
El
futuro de la ciudadanía europea dependerá de la evolución de la
opinión pública de sus estados miembros entre estas dos posturas
contrapuestas que acabamos de comentar.
La extensión de los derechos
Los derechos recogidos en el estatuto de ciudadanía son,
para muchos, aún escasos y afectan a un número reducido de europeos, por
lo que para la mayoría de los ciudadanos son irrelevantes.
El más importante es, sin lugar a
dudas, el de
libre circulación y residencia. Se ha avanzado notablemente desde el
Tratado de Roma, en el que la libertad de desplazamiento y estrictamente
ligada a la actividad laboral, pero aún siguen habiendo limitaciones que
hay que eliminar. Pese a los
acuerdos y convenio de Schengen, cualquier país puede restablecer los
controles fronterizos si ve su seguridad amenazada, el permiso de
residencia sigue teniendo distintas limitaciones...
Los demás derechos tienen un reflejo
muy débil en la vida cotidiana de los europeos: el derecho de apelar al
Defensor del Pueblo sólo se refiere a los asuntos de competencia
comunitaria; el derecho de petición al Parlamento ya existía y se dirige a
un Parlamento con aún muy escasos poderes; el derecho de sufragio en otro
país miembro afecta a un número importante, pero claramente minoritario de
europeos, el derecho de protección diplomática solo concierne a los
europeos que visiten un tercer país en el que no haya embajadas o
consulados de su propio estado...
Siguiendo
las opiniones del "euroescéptico" Rahlf Dahrendorf, la
ciudadanía europea está aún a mitad de camino entre lo que el denomina
ciudadanía "teórica o blanda" (cierto sentimiento de formar
parte de un comunidad, de tener unas ciertas aspiraciones y valores
comunes) y la ciudadanía "concreta o fuerte" (derechos
concretos -voto, juicio justo, expresión, asociación...- que se pueden
reivindicar e instituciones jurídicas a las que podemos acudir para
ejercer nuestros derechos).
El
gran debate de los próximos años será este, ¿damos fuerza y
concreción al estatuto de ciudadanía europeo, o lo mantenemos en un
nivel en gran medida teórico?
Un
paso, criticado por algunos, ha sido la creación de un grupo de expertos
que han redactado una Carta de
Derechos Fundamentales para ser adoptada por la Unión Europea. El
primer documento ha sido aprobado en verano del 2000 y aún esta pendiente
de debate y aprobación por los órganos comunitarios.
Inclusión o
exclusión
El
concepto de ciudadanía desde la Grecia clásica ha experimentado,
lógicamente, importantes cambios, sin embargo, hay algo que continua
invariable, se basa en "una regla de exclusión", en definir
claramente quiénes son, y, sobre todo, quiénes no son ciudadanos.
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¿Quién
tiene derecho a la ciudadanía europea? |
Una de
las paradojas de la ciudadanía europea es que, al accederse a ella
exclusivamente a través de la posesión de la ciudadanía de uno de los
estados miembros de la Unión, hay diferentes formas de acceder a ella.
Una misma persona procedente de un país tercero, con las mismas
condiciones y años de residencia, podrían nacionalizarse como ciudadano
de un estado miembro y, por ende, europeo, en unos estados miembros,
mientras que en otros continuaría siendo extranjero.
Alemania,
cuya legislación sigue basándose esencialmente en el "derecho de
sangre" niega la nacionalidad alemana a un turco de tercera
generación, sus padres y él nacieron en Alemania, mientras que otorga
automáticamente la nacionalidad a cualquier alemán étnico procedente de
la antigua Unión Soviética, aunque no conozca ni la lengua ni la cultura
alemana. En otros países, como Francia, ese emigrante de tercera
generación habría ya adquirido la nacionalidad francesa y la ciudadanía
europea.
La
ciudadanía europea ha nacido basándose en la exclusión de los millones
de nacionales de terceros países (NPT) que viven dentro de sus fronteras.
De hecho, la permeabilidad de las fronteras interiores introducida por el Acuerdo
y el Convenio de Schengen, ha venido acompañado del levantamiento de
mayores barreras en las fronteras exteriores de la Unión y en el
endurecimiento en la tramitación del derecho de asilo. El ejemplo más
sangrante de esto son el paso de las "pateras" por el Estrecho
de Gibraltar camino de la ansiada Europa. Un viaje que a menudo acaba en
tragedia.
El
gran dilema al que se enfrenta una Europa que quiere construirse en el
respeto de las identidades nacionales de los diversos países que la
conforman, es si los millones de NPT que la pueblan y que, en algunas
ciudades, barrios o comarcas suponen un parte esencial del "paisaje
humano", son parte de la Europa, del "pueblo europeo", de
la "identidad europea" en la que se deberá de basar la
ciudadanía de la Unión.
Hoy
por hoy se ha impuesto lo que podemos denominar una visión reduccionista
y conservadora de lo que es Europa. ¿Podrá continuarse durante mucho
tiempo negando la realidad?
La
participación democrática
Tras
la firma del Tratado de la Unión Europea en 1992, lo que los analistas
han denominado "déficit democrático" se ha hecho más
evidente. Se trata de un proceso en el que importantes competencias, el
ejemplo más señero es la moneda única,
han pasado de las instituciones nacionales, elegidas y legitimadas
democráticamente, a unas instituciones europeas que carecen o apenas
tienen refrendo democrático de los pueblos europeos. La Comisión
Europea es designada por los Gobiernos de los Estados y el control que
sobre ella tiene el Parlamento Europeo es muy débil; el Consejo
de la Unión Europea es un órgano esencialmente intergubernamental y,
aunque cada vez son más los temas que se deciden sin ser necesaria la
unanimidad, continua básicamente bajo la dependencia de los Gobiernos de
los Estados miembros; por último, el Parlamento
es el único organismo legitimado democrática ya que desde 1979 sus
miembros son elegidos por sufragio universal, sin embargo, la escasez de
sus poderes hace que sus debates y decisiones sean, en general, muy poco
conocidas en la opinión pública.
Todos
estos organismo son vistos por los europeos como organismos lejanos y
dominados por una burocracia tecnocrática.
La
única manera de construir una verdadera ciudadanía europea pasa por
enjugar este "déficit democrático". La ciudadanía no solo es
algo pasivo, es decir, disfrute de una serie de libertades y derechos,
sino que, ante todo, debe ser una ciudadanía activa, basada en la
participación política y cívica. Las ciudadanías nacionales se han ido
construyendo históricamente en base esa participación de la sociedad,
participación que a menudo ha adoptado la forma de luchas y conflictos, y
que ha ido desarrollando un conjunto de derechos (civiles, políticos y
sociales) y deberes, y una conciencia de identidad.
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El
Parlamento Europeo |
A
principios del 2000, Joshka Fischer, ministro de Asuntos Exteriores
alemán ha vuelto a poner en el tapete el gran sueño europeo: la
construcción de un estado europeo, que, por supuesto, debería ser
federal, en el que hubiera instituciones (Presidente, Parlamento...)
elegidas por el pueblo, responsables ante él y con unos poderes
políticos de cierta magnitud. Los ciudadanos de ese estado tendrían unos
derechos y deberes, y existirían unas instituciones judiciales ante las
cuales los ciudadanos podrían reclamar sus derechos. Se trata en
definitiva, y este es uno de los grandes debates a fines del 2000, de la
aprobación de una verdadera Constitución Europea.
La aparición
de una identidad europea
El
concepto de identidad europeo es, cuanto menos, problemático. La mayor
parte de los habitantes de nuestro continente nos sentimos, en mayor o
menor grado, "europeos", pero la mayoría de los ciudadanos
siente de manera más clara y fuerte su pertenencia a Francia, España o
Alemania, o, también, a Cataluña, Escocia, Bretaña o Flandes. Es cierto
que todas esas identidades son difícilmente separables y que, a menudo,
se entremezclan con otros sentimientos de pertenencia (género, grupo
étnico o racial, ideario político, afinidades culturales...)
La
unificación europea requiere la construcción de una identidad europea,
pero esta no existe. No hay una homogeneidad lingüística, ni cultural.
No se puede construir sobre elementos como el cristianismo, ni la
democracia, ni la identidad económica, ni, mucho menos, sobre una
identidad étnica.
Son
muchos los estudiosos que últimamente han tratado de desentrañar qué
significa eso de ser europeo.
Samuel
Huntington, célebre teórico norteamericano, afirma que Europa termina
donde empieza la Cristiandad oriental ortodoxa y el Islam. ¿Grecia,
miembro de la UE, no es entonces un país europeo? Los musulmanes que
llevan décadas viviendo en cualquier barrio de Londres, París o
Düsseldorf ¿no son europeos?.
Desde
otra perspectiva, el francés Henry Mondrasse ha afirmado que existe una
identidad cultural común que podría servir de base para una unidad
política. Esta identidad estaría basado en la idea individualista, la
idea de nación desarrollada en los últimos siglos, una cierta forma de
combinar ciencia y tecnología en el desarrollo capitalista, y una cierta
idea de democracia representativa y parlamentaria. Partiendo de esta
definición ¿podrían ser europeos un habitante de EE.UU. o de Australia?
¿y un ruso o un búlgaro?
Lo que
es evidente es que la identidad europea no podrá surgir de una
uniformización cultural imposible, ni deberá construirse contra el
"otro" (el Islam sería el más posible candidato a personificar
ese otro).
Una de
las propuestas más sugestivas ha sido popularizada por el pensador
alemán Jurgen Habermas. En una democracia liberal, los ciudadanos deben
de ser leales y sentirse identificados no con una identidad cultural
común, sino con unos principios constitucionales que garanticen
plenamente sus derechos y libertades. Esta propuesta es especialmente
sugestiva, entronca con lo mejor de la tradición liberal y tolerante de
Europa, y huye y combate al nacionalismo étnico, el gran enemigo de la
paz y la libertad en la Europa que se adentra en el siglo XXI.