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"One Europe"
ANA PALACIO - Ministro de Asuntos Exteriores de España
EL PAÍS | Opinión - 16-12-2002
En la fotografía del Consejo de Copenhague, 60 personas se asoman a la
historia delante de un enorme cartel con el lema "One Europe" en inglés, sólo
en inglés. Están las instituciones de la Unión -presi-dente del Parlamento
Europeo, presidente de la Comisión y alto representante de la Política
Exterior-. Están los representantes -jefes de Estado y/o de Gobierno y
ministros de Asuntos Exteriores- de los 15 miembros actuales y de los 10 que
se unirán a partir del 1 de mayo de 2004 (Estonia, Letonia, Lituania,
República Checa, Eslovaquia, Polonia, Hungría, Eslovenia, Chipre y Malta).
También están los representantes de Rumania y de Bulgaria. Por fin, está
Turquía.
En la Declaración suscrita por los 15 actuales miembros y los 10 recién
llegados se establece la naturaleza irreversible del proceso que la fotografía
simboliza. El Consejo histórico de la unificación de Europa, del fin de Yalta,
es también la apuesta por una Europa que va más allá de los sueños de
Madariaga cuando glosaba la europeidad a través de la arquitectura de las
ciudades. Es la superación de la Historia del siglo XX y una ambiciosa visión
para el siglo XXI.
Así pues, ¿cuál es la esencia de este proyecto? Las señas de identidad de
la construcción Europea, que plasma nuestra fotografía, son valores y su
traducción jurídica: el respeto de los derechos humanos, la democracia, el
imperio de la ley, la economía de mercado, el laicismo del Estado. Sin lugar a
dudas, estos principios hunden sus raíces en la antigüedad clásica
greco-romana, en la tradición judeo-cristiana, en el Renacimiento y en la
Ilustración. Pero hoy -desde esta fotografía- se proclaman ante el mundo en
una nueva independencia incluyente, que pretende desmentir la teoría
huntingtoniana del choque de civilizaciones. Esto es, frente a quienes
declinan democracia con religión y derechos humanos con cultura, y propugnan
en distintas partes del mundo "democracias religiosas" y la relatividad de los
derechos humanos que han de conciliarse con imperativos culturales, la Unión
Europea asume la tarea de llevar a la práctica la universalidad de los valores
que compartimos. La ciudadanía europea se define en Derecho, desde el Derecho
como plasmación de valores.
El proyecto europeo nunca ha tenido una identificación geográfico-cultural.
Esta indefinición que se justifica en el tratado fundacional porque cualquier
delimitación en este ámbito chocaba con el desgarro profundo simbolizado por
el muro de Berlín, adquiere a partir de la reforma de Maastricht un carácter
cautelar ante procesos políticos que todavía, a principios de los noventa,
plantean no pocos interrogantes. Hoy no existe compromiso de adhesión o
preadhesión fuera de la fotografía de Copenhague y esta indeterminación ha de
conjugarse, al menos en el futuro próximo, en un haz de relaciones de vecindad
que también se apunta en las conclusiones aprobadas por el Consejo. La Unión
Europea "decidida a evitar nuevas líneas divisorias y a promover la
estabilidad y prosperidad dentro de sus nuevas fronteras y más allá de ellas",
debe prestar una especial atención a sus relaciones de frontera.
Cobra así una nueva dimensión el proceso de estabilización y asociación en
los Balcanes. Las relaciones con Rusia ganarán en complejidad y profundidad.
Y, desde su propia especificidad, lo mismo cabe decir de los demás países que
comparten nuestra frontera al Este (Ucrania, Bielorrusia y Moldavia). Por fin,
para mantener un proceso de integración armónico en la Unión Europea, es
preciso que el desplazamiento del centro de gravedad al Norte y al Este no
merme nuestra atención a la ribera sur del Mediterráneo.
Esta fotografía es, sin embargo, también la plasmación del gran principio
sobre el que se ha ido construyendo Europa: la defensa de los intereses
particulares de cada Estado miembro se conjuga con el interés general que
traduce el principio de solidaridad. En un Consejo que se quería centrado -concentrado-
en la ampliación, en el que la Presidencia danesa había rechazado por
principio cualquier asunto que distrajera la atención de esta cuestión
fundamental, irrumpió lo imprevisible. Porque la Unión se legitima también -si
no principal-mente- por su eficacia en solucionar los problemas de sus
ciudadanos a través de la adopción de medidas y la puesta en común de recursos
que arbitra el triángulo institucional Consejo-Comisión-Parlamento. Y aunque
en el guión previo del Consejo estaba prevista la escenificación de este
proceso a través de la culminación de las negociaciones de ampliación, el
drama humano, ecológico y económico del Prestige amplió esta dimensión de
solidaridad. Porque el clamor de la ciudadanía europea, no sólo en España, ha
puesto de manifiesto que las circunstancias que afligen a Galicia en estos
momentos y amenazan el resto de las costas europeas del Atlántico y del golfo
de Vizcaya, pueden, en última instancia, poner en tela de juicio el proyecto
de la Unión en su integridad. Por todo ello, el "nunca más" solidario se
tradujo en la ratificación por los jefes de Estado y de Gobierno de las
conclusiones del Consejo de Transportes del 6 de diciembre de 2002 y de Medio
Ambiente de 9 de diciembre que a su vez recogieron las iniciativas demandadas
por el presidente Aznar en su carta al presidente de la Comisión y a la
Presidencia danesa de fecha 21 de noviembre. Rotundamente se afirma que "la
Unión está decidida a adoptar las medidas necesarias para evitar la repetición
de catástrofes similares".
También cristaliza en el Consejo de Copenhague la conciencia de que, para
no perder credibilidad respecto de sus propios ciudadanos y en el mundo,
Europa tiene que abanderar el cambio del Derecho Marítimo internacional y la
lucha contra los nuevos piratas del mar. El principio de "libertad de los
mares" debe ceder ante la protección del medio ambiente y la propia seguridad
del transporte marítimo; la responsabilidad, tanto civil como penal, debe
abarcar a toda la cadena de sujetos que participan directa o indirectamente en
estas actividades que la sociedad censura: desde el armador al asegurador,
pasando por el propietario de la carga.
El impulso político de la cumbre se concretó además en el más amplio
respaldo a la Comisión para movilizar, con la máxima flexibilidad, todos los
instrumentos financieros que el Derecho Comunitario arbitra, incluyendo
medidas adicionales específicas, con el único límite del respeto de las
perspectivas financieras vigentes. El tenor de las conclusiones tiene en
cuenta las especiales circunstancias de la catástrofe: el evento dañoso no ha
terminado y todavía hoy no es posible cuantificar el monto de las reparaciones
debidas y la restauración de las zonas afectadas. Entre las iniciativas que en
su intervención, respaldada por todos los presentes, el presidente Prodi fue
enumerando minuciosa y exhaustivamente, destaca la habilitación de recursos
extraordinarios y la disposición de otras cantidades que aun nominalmente
incluidas en líneas presupuestarias existentes, en la práctica hubieran
quedado sin aplicación, sin gastar, que habría que haber "devuelto" a la
Unión.
El lema "One Europe", sólo en inglés, requiere una reflexión. Aunque
Copenhague no abordó la cuestión de las lenguas, es ésta una de las
asignaturas pendientes que más pronto que tarde habrá de debatirse para la
propia pervivencia y viabilidad de este proyecto de Europa volcada al mundo.
En él, el español, lengua oficial de Naciones Unidas, hablada por más de 400
millones de personas y en más de 20 países, deberá ocupar el lugar que le
corresponde.
Por fin, en nuestra fotografía hay una ausencia, la del presidente de la
Convención. Porque el cañamazo de esta ambiciosa Unión Europea está hoy en el
telar de ese proceso revolucionario del Derecho Internacional Público, de
cuyos trabajos el Consejo tomó razón constatando que el balance provisional
presenta ya éxitos concretos, desde la aceptación general de la idea de
Constitución a la incorporación con fuerza jurídica vinculante de la Carta de
Derechos Fundamentales al futuro tratado que será -ya podemos afirmarlo- uno,
más simple, más próximo al ciudadano. Porque nadie duda ya del éxito y la
trascendencia de la Convención que presentará el marco jurídico institucional
de ese compromiso de los europeos con el siglo XXI, de esa "One Europe" que
nace en Copenhague.
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