El ejército alemán penetró en Francia por diversas rutas (...) y sólo fue
detenido a algunos kilómetros al este de París, en el río Marne, cinco o seis
semanas después de que se hubieran declarado las hostilidades (...) ambos
bandos improvisaron líneas paralelas de trincheras y fortificaciones
defensivas que se extendían sin solución de continuidad desde la costa del
canal de La Mancha hasta la frontera suiza, dejando en manos de los alemanes
una extensa zona de la parte oriental de Francia y Bélgica. Las posiciones
apenas se modificaron durante los tres años y medio siguientes.
Ese era el "frente occidental", que se convirtió probablemetne
en la maquinaría más mortífera que había conocido hasta entonces la historia
del arte de la guerra. Millones de hombres se enfrentaban desde los parapetos
de las trincheras formadas por sacos de arena, bajo los que vivían como ratas
y piojos (y con ellos).
De vez en cuando, sus generales intentaban poner fin a esa
situación de parálisis. Durante días, o incluso semanas, la artillería
realizaba un bombardeo incesante (...) para "ablandar" al enemigo y obligarle
a protegerse en los refugios subterráneos hasta que en el momento oportuno
oleadas de soldados saltaban por encima del parapeto, protegido por alambre de
espino, hacia la "tierra de nadie", un caos de cráteres de obuses anegados,
troncos de árboles cáidos, barro y cadáveres abandonados, para lanzarse contra
las ametralladoras que, como ya sabían, iban a segar sus vidas.
En 1916 (febrero-julio) los alemanes intentaron sin éxito
romper la línea defensiva en Verdún, en una batalla en la que se enfrentaron
dos millones de soldados y en la que hubo un millón de bajas. La ofensiva
británica en el Somme (...) costó a Gran Bretaña 420.000 muertos (60.000 sólo
el primer día de la batalla). No es sorprendente que para los británicos y los
franceses (...) aquella fuera la "gran guerra", más terrible y traumática que
la segunda guerra mundial.
Los franceses perdieron casi el 20 por 100 de sus hombres en
edad militar, y si se incluye a los prisioneros de guerra, los heridos y los
inválidos permanentes y desfigurados - los gueules cassés ("caras partidas")
que al acabar la guerra serían un vívido recuerdo de la guerra-, sólo algo más
de un tercio de soldados franceses salieron indemnes del conflicto. Esa misma
proporción puede aplicarse a los cinco millones de soldados británicos (...)
Eric Hobsbawn; Historia del Siglo XX; Madrid: 1995,
Crítica