Uno de los objetivos fundamentales de la política exterior de Estados Unidos
es la creación de condiciones en las cuales nosotros y otras naciones podamos
forjar una manera de vivir libre de coacción. Esta fue una de las causas
fundamentales de la guerra con Alemania y el Japón. Nuestra victoria se logró
sobre países que pretendían imponer su voluntad y su modo de vivir a otras
naciones. Para asegurar el desen volvimiento pacífico de las naciones libres
de toda coacción, Estados Unidos ha tomado parte preponderante en las Naciones
Unidas. Estas están destinadas a posibilitar el mantenimiento de la libertad y
la soberanía de todos sus miembros. Sin embargo, no alcanzaremos nuestros
objetivos a menos que estemos dispuestos a ayudar a los pueblos libres a
preservar sus instituciones libres y su integridad nacional frente a los
movimientos agresivos que tratan de imponerles regímenes totalitarios. Esto es
simplemente reconocer con franqueza que los regímenes totalitarios impuestos a
los pueblos libres, por agresiones directas o indirectas, socavan los
fundamentos de la paz internacional y, por tanto, la seguridad de los Estados
Unidos. En la presente etapa de la historia mundial casi todas las naciones
deben elegir entre modos alternativos de vida. Con mucha frecuencia, la
decisión no suele ser libre. En varios países del mundo, recientemente, se han
implantado por la fuerza regímenes totalitarios, contra la voluntad popular.
El gobierno de los Estados Unidos ha levantado frecuentes pro testas contra
las coacciones y las intimidaciones realizadas en Polonia, Rumanía y Bulgaria,
violando el acuerdo de Yalta. Debo afirmar también que en otros países han
ocurrido hechos semejantes.
Uno de dichos modos de vida se basa en la voluntad de la
mayoría y se distingue por la existencia de instituciones libres, un gobierno
representativo, elecciones limpias, garantías a la libertad individual,
libertad de palabra y religión y el derecho a vivir sin opresión política.
El otro se basa en la voluntad de una minoría impuesta
mediante la fuerza a la mayoría. Descansa en el terror y la opresión, en una
prensa y radio controladas, en elecciones fraudulentas y en la supresión de
las libertades individuales. Creo que la política de los Estados Unidos debe
ayudar a los pueblos que luchan contra las minorías armadas o contra las
presiones exteriores que intentan sojuzgarlos. Creo que debemos ayudar a los
pueblos libres a cumplir sus propios destinos de la forma que ellos mismos
decidan. Creo que nuestra ayuda debe ser principalmente económica y
financiera, que es esencial para la estabilidad económica y política. El mundo
no es estático y el statu quo no es sagrado. Pero no podemos permitir
cambios en el statu quo que violen la Carta de las Naciones Unidas por
métodos como la coacción o subterfugios como la infiltración política.
Ayudando a las naciones libres e independientes a conservar su independencia,
Estados Unidos habrá de poner en práctica los principios de la Carta de las
Naciones Unidas.
Basta mirar un mapa para comprender que la supervivencia
e integridad de la nación griega tiene gran importancia dentro del marco más
amplio de la política mundial. Si Grecia fuera a caer bajo el poder de una
minoría armada, el efecto sobre su vecino Turquía, sería inmediato y grave. La
confusión y el desorden podrían fácil mente extenderse por todo el Medio
Oriente (...).
Si dejáramos de ayudar a Grecia y Turquía en esta hora
decisiva, las consecuencias, tanto para Occidente como Orienta, serían de
profundo alcance. Debemos pro ceder resuelta e inmediatamente (...). Por lo
tanto, pido al Congreso autorización para ayudar a estos dos países con la
cantidad de cuatrocientos millones de dólares durante el período que termina
el 30 de junio de 1948. Además de dichos fondos, pido al Congreso que apruebe
el envío de personal norteamericano civil y militar, a Grecia y Turquía, a
petición de aquellos países, para cooperar en la tarea de la re construcción y
con el fin de que supervise la utilización de la ayuda financiera y material
que lleguen a ser otorgadas (...).
Si vacilamos en nuestra misión de conducción podemos
hacer peligrar la paz del mundo y, sin lugar a dudas arriesgaremos el
bienestar de nuestra propia nación.
Discurso del presidente Truman ante el
Congreso de EE.UU.
Washington, 12 de marzo de 1947