La China de Mao Zedong
Tras una prolongada crisis debida a la sucesión de acontecimientos
político militares (invasión japonesa, guerra civil, etc.), la economía
china, que había conocido un cierto progreso desde finales del siglo XIX,
pudo retornar a una senda de crecimiento. Las primeras medidas económicas
del nuevo régimen (control de la
inflación, reforma agraria y
rehabilitación de la industria) cosecharon buenos resultados. Ya en la
década de los cincuenta, el gobierno chino se embarcó en un proyecto de
industrialización rápida basado en la planificación centralizada al estilo
de la URSS, con cuyo asesoramiento y ayuda contó hasta la ruptura de
comienzos de los sesenta. El primer plan quinquenal (1953-1957)
concentraba la inversión en unos 150 grandes proyectos industriales
importados de la URSS. Los recursos destinados a la inversión en el sector
procedían de la compra a bajos precios por el gobierno de la producción
agrícola al campesinado. Por el contrario, los productos industriales de
consumo eran vendidos a precios relativamente altos, lo que, unido a los
bajos salarios pagados a los trabajadores de la industria, permitía al
gobierno disponer de los recursos necesarios para invertir en al industria
pesada y mejorar la provisión de servicios públicos (sanidad y educación).
La gran reforma social de los inicios de la China Popular fue la Ley del
Matrimonio de 1950. Con ella se ponía fin a la familia feudal y se
establecía la igualdad de la mujer y el hombre. Fue, sin duda, una de las
grandes aportaciones de la revolución maoísta al país.
Ese mismo año se iniciaba la guerra de Corea. La intervención china
apoyando a Corea del Norte convirtió al régimen de Beijing en el
abanderado mundial en la lucha contra el “imperialismo americano”. Eran
años de buenas relaciones entre Beijing y Moscú.
Poco después,
Mao Zedong lanzó una nueva campaña revolucionaria. Tras
expresar su preocupación por la corrupción de la burocracia comunista,
lanzó en 1956 la “campaña de las Cien Flores” y animó a los intelectuales
a que denunciaran a los funcionarios comunistas corruptos.
Mao, en su
estilo político-poético proclamó: “Dejad que cien flores florezcan, dejad
que cien escuelas de pensamiento compitan”. Tras muchas dudas, animados
por la insistencia del líder en que tenían libertad para expresarse,
muchos intelectuales hablaron claro… La respuesta de
Mao fue una dura
represión que expulsó a cientos de miles de sus trabajos, envió a muchos a
la cárcel y destruyó completamente cualquier tipo de libertad artística o
intelectual.
Dos años después, en 1958, el líder chino inició una nueva campaña: el
“Gran Salto Adelante”. Hasta entonces, se había logrado evitar en China
los excesos cometidos por el régimen estalinista en la URSS al imponer la
colectivización agraria y la nacionalización de la economía urbana. Sin
embargo, el “Gran Salto Adelante” consistió en un atrevido experimento de
dimensiones gigantescas tendente nada menos que a lograr la
industrialización y el bienestar comunista en unos pocos años. El
campesinado fue forzado a integrare en comunas agrarias de grandes
dimensiones (30.000 o más familias). La directriz bajo el lema “caminar
sobre dos piernas” significaba que los comuneros debían producir hierro en
instalaciones artesanales, mientras que millones de emigrantes procedentes
del medio rural se empleaban en grandes factorías urbanas de tecnología
avanzada.
El “Gran Salto Adelante” concluyó en un tremendo fracaso. Entre 1960 y
1962, una sucesión de malas cosechas agravadas por el caos económico
provocó una enorme hambruna, probablemente la peor del siglo XX, que costó
la vida de millones de dieciséis a treinta millones de habitantes, según
las estimaciones. Los dirigentes soviéticos disconformes con la gestión de
los dirigentes chinos retiraron en ese momento crucial la ayuda financiera
y tecnológica. Este hecho, agravado por las críticas de
Jruschov a
Stalin,
que
Mao consideraba indirectamente dirigidas a él, llevaron a la ruptura
entre los dos gigantes comunistas.
El fracaso del “Gran Salto Adelante” hizo que
Mao fuera relegado a un
papel secundario y dirigentes más moderados, como Liu Shaoqi y Zhou Enlai,
pasaran a dirigir el país en 1961. En esos momentos se había consumado un
cisma en la dirección del partido comunista. Por un lado, los moderados
que buscaban un cambio social gradual y desarrollo económico; por otro,
los radicales, encabezados por
Mao, que querían continuar aplicando
drásticos cambios utópicos en la sociedad china. Para
Mao, muchos miembros
del PCCh habían perdido su espíritu revolucionario.
Así,
Mao volvió a cobrar protagonismo lanzando una nueva campaña de
agitación. Con el apoyo del ejército, liderado por Lin Biao, la campaña se
dirigió contra la burocracia del partido, acusada de “revisionista”, y,
muy especialmente, contra los intelectuales, a los que se tildaba de
individualistas y aburguesados. Millones de jóvenes siguieron la llamada
de
Mao y se agruparon en los “Guardias Rojos”. Su única ideología era el
“Libro Rojo de
Mao”, un librito publicado en 1964 que resumía las ideas y,
a veces, las ocurrencias del líder. La figura de
Mao, el “Gran Timonel”,
empezó a ser objeto de un culto a la personalidad aún más intenso que el
que recibió
Stalin.
En noviembre de 1965 se iniciaba la “Gran Revolución Cultural Proletaria”.
Durante el XI Pleno del Partido Comunista Chino, en agosto de 1966,
Mao recibió el homenaje
de dos millones de guardias rojos en la plaza de Tian Anmen de Beijing. La
“Revolución Cultural” (1966-1969) llevó al país al borde del colapso. Las
“Guardias Rojos, por lo general campesinos incultos, se apoderaron del
país, ocuparon los edificios oficiales y fustigaron a todos aquellos
–profesores de universidad, magistrados, altos cargos de la
administración- que, según su opinión, carecían de fervor revolucionario.
Las numerosas víctimas de la represión fueron enviadas al campo a seguir
cursillos de “reeducación”. En realidad, trabajos forzados, acompañados de
humillaciones.
La “Revolución Cultural” terminó llevando a zonas del país a la anarquía.
Mao se vio finalmente forzado a recurrir al ejército y reimponer el orden.
El gran objetivo de esta gran algarada social se había cumplido: los
moderados, que amenazaban el poder de
Mao, habían sido marginados, y, a la
vez, se había evitado que la población criticara las múltiples
disfunciones económicas y sociales que sufría el país.
Las consecuencias de este experimento social fueron muy graves. Por un
lado, el caos en el sistema educativo y la destrucción de las elites del
país (un profesor de universidad puede ser convertido en peón agrícola, el
proceso contrario es imposible)… Por otro lado, un tejido social
traumatizado por la brutal represión.
De la “Revolución Cultural” surgió una China debilitada en el plano
económico y escarmentada de las aventuras revolucionarias. Durante el
período revolucionario, la dirigencia comunista pudo evitar que la
economía china se colapsase como consecuencia del convulso panorama
político, pero no logró que pasase sin consecuencias de corto y de largo
plazo negativas para el crecimiento. Entre las primeras, cabe destacar el
estancamiento económico durante la segunda mitad de la década de los
sesenta. Particularmente perjudicial a largo plazo fue la pérdida de
capital humano debida a la persecución de académicos, intelectuales,
directivos, profesionales, etc. y a la paralización del sistema educativo.
Los últimos años de
Mao estuvieron
marcados por el apogeo del culto a la
personalidad y la lenta vuelta de los dirigentes marginados durante la
Revolución Cultural.
Zhou Enlai
dirigió la vuelta de su país a la escena
internacional y, en 1971, la China Popular accedió al Consejo de Seguridad
de la ONU y fue reconocida diplomáticamente por EEUU un año después.
A comienzos de los años setenta, la economía china se recuperó y, aunque
seguía siendo una economía dirigida, presentaba algunas diferencias
sustanciales respecto al modelo soviético: una menor centralización en la
toma de decisiones, una menor presencia de grandes conglomerados
industriales, relativa abundancia de industrias rurales de pequeñas
dimensiones. Hacia mediados de los setenta, la economía china, pese a
pagar el alto precio (atraso tecnológico, ausencia de capital extranjero,
etc.) asociado a un modelo de desarrollo prácticamente autárquico desde la
ruptura con la URSS, había crecido a un ritmo que doblaba al de la India y
que se aproximaba a la media mundial. Pese a ello, probablemente no menos
de la mitad de la población china vivía aún en la pobreza.
Finalmente,
Mao Zedong moría en septiembre de 1976. Unos meses antes lo
había hecho el número dos del régimen comunista, Zhou Enlai. Una nueva era
se abría para China.
La revolución comunista en China