3. La Gran Depresión
Es común situar el
inicio de la Gran Depresión en el “jueves negro” de octubre de 1929 de la
Bolsa de Nueva York. Ese día se produjo el primer hundimiento de la
principal bolsa de valores del mundo. Habría otros posteriormente. No
hacía mucho, el 3 de septiembre, el precio de los valores negociados
alcanzaba su máximo histórico. Las cotizaciones llegaron a su mínimo en
1932, para entonces se habían reducido en casi un 90%. El nivel de
anterior a 1929 no se recuperó hasta 1954.
El colapso bursátil tuvo graves consecuencias en la economía real
norteamericana: creó expectativas pesimistas respecto al futuro que
comprimieron el consumo y la inversión; destruyó el ahorro de muchas
familias y las empobreció; interrumpió la financiación de unas empresas
que se enfrentaban a una demanda declinante; perjudicó a la viabilidad de
instituciones financieras que habían prestado a los inversores
institucionales y particulares para comprar valores, etc. Pero no fue la
única causa, tampoco la principal, de la Gran Depresión de la economía
internacional durante los años treinta.
Una crisis de tal intensidad y duración carecía de precedentes. Afectó
principalmente a los países más avanzados económicamente y, en particular,
a sus sectores industriales y exterior. Aunque no todos ellos se vieron
afectados en la misma medida, ninguno escapó a ella. Paradójicamente, los
países menos desarrollados –con un peso mayor del sector agrario en sus
estructuras económicas, por tanto- y más cerrados a las transacciones
internacionales -esto es, con un grado menor de globalización- salieron no
tan perjudicados de la crisis, lo que no equivale a indemnes. Los hasta
entonces desconocidos niveles de desempleo en los sectores industriales y
exportadores que acompañaron a la Gran Depresión constituyen también una
de sus manifestaciones más llamativas.
En 1932, la producción industrial del mundo no llegaba a los dos tercios
de la de 1929, pero, mientras que la de Europa había caído algo por debajo
del 75%, la de Estados Unidos apenas superaba el 50%. La producción de
alimentos apenas experimentó cambios. No así la de materias primas, que se
contrajo en medida sólo algo menor que la de productos industriales. En
1934, el valor del comercio mundial era poco más de un tercio del
correspondiente a 1929. No llegaba todavía al 50% en 1937.
El desempleo alcanzó cifras record. Especialmente en Estados Unidos y
Alemania. En el primero de estos países, el desempleo pasó del 3% en 1929
al 25% en 1933. En el segundo, se elevó desde el 4,3 al 30,1% entre 1929 y
1932.
La contracción del producto per capita fue también significativa. Aunque
no todos los países se vieron afectados en idéntica medida ni lograron
salir de la crisis al mismo tiempo.

En Estados Unidos resultó especialmente intensa y duradera. En Alemania,
algo menos. Suecia o Japón apenas experimentaron una suave recesión. En
Francia no fue especialmente profunda, pero sí muy duradera. Países, como
Argentina, cuyo nivel de actividad económica era muy dependiente de la
coyuntura internacional se vieron también afectados en no pequeña medida y
tardaron en salir de la crisis. Ni Argentina ni Estados Unidos se habían
recuperado plenamente, y Francia apenas, cuando estalló la Segunda Guerra
Mundial.
¿Por qué la Gran Depresión alcanzó unas dimensiones tan extraordinarias?
La respuesta a esta pregunta sigue siendo objeto de debate entre los
especialistas. Un cierto consenso existe en torno a la incidencia de
algunos factores.
En 1930, las autoridades de la mayor economía del mundo, los Estados
Unidos, aprobaron el extremadamente proteccionista arancel Smoot-Hawley,
que pretendía defender los intereses nacionales norteamericanos frente al
exterior. Este ejemplo de política del “sálvese quien pueda” fue
rápidamente imitado por las restantes economías importantes. El resultado
no se hizo esperar: una espiral a la baja del comercio mundial que
intensificó la depresión. La falta de una salida colectiva negociada a los
problemas internos individuales amplificó la crisis.
El patrón oro fue otro factor de intensificación de los problemas. Su
manejo durante este nuevo período de vigencia, en el que las condiciones
políticas y económicas que lo habían hecho eficaz durante le período
1870-1914 habían desaparecido o cambiado, no estuvo exento de problemas.
De hecho, se convirtió en un mecanismo de extensión de los problemas
monetarios de un país a otro. Además dejaba una escasa capacidad de
actuación a los gobiernos para contrarrestar la depresión. Así, el
abandono del patrón oro fue una condición necesaria para la salida de la
Gran Depresión. En 1931, el Reino Unido suspendía la convertibilidad en
oro de la libra esterlina. De nuevo, sin coordinación alguna entre unos y
otros países, pese a estar estrechamente interconectados por relaciones
económicas, su ejemplo fue emulado. En 1933, por Estados Unidos y poco
después por otros países. Para 1936, cuando Francia se suma a la corriente
dominante, el patrón oro había dejado prácticamente de existir. Tenemos
aquí otro ejemplo de medidas adoptadas para mejorar la competitividad de
cada economía frente a las restantes.
La rigidez de los salarios a la baja, a la que no dejaban de contribuir
los cambios institucionales (sindicatos, negociación colectiva,
regulaciones salariales, etc.) experimentados por el mercado de trabajo,
también ayuda a explicar por qué el desempleo alcanzó tan altos niveles
mientras que los salarios de los ocupados apenas cambiaron.
Los Estados cometieron repetidos errores de política económica. En buena
parte, su deficiente actuación se debió a un nacionalismo corto de miras.
Pero también a la ausencia de un nuevo conjunto de ideas económicas
bien fundamentadas. Sin ellas, resultaba imposible interpretar correctamente
las nuevas circunstancias políticas y económicas que se hallaban detrás de
la Gran Depresión. En ausencia de una profunda renovación del pensamiento
económico, tampoco se podría orientar adecuadamente la política para salir
de la crisis.
Este fue el papel de Keynes con la publicación, en 1936, de su Teoría
general de la ocupación, el interés y el dinero obra, una de las más
influyentes, si es que no la más, en la historia del pensamiento
económico. La influencia de Keynes en el cambio del paradigma económico
dominante había comenzado ya antes, no se limitó a la crisis –estaría muy
presente durante la “Edad de oro” de la segunda mitad del siglo XX- y
alcanzó a tres aspectos fundamentales: el abandono del patrón oro interno,
iniciado en por el Reino Unido en 1931; la creación de un sistema de pagos
internacionales que sustituyera al patrón oro, cuya materialización tuvo
que esperar hasta la conferencia de Bretón Woods, en 1944; la utilización
del déficit fiscal –el exceso temporal de los gastos sobre los ingresos
públicos- como arma de política anticiclíca –en este caso, para salir de
la crisis-, principio que estaba detrás, por ejemplo, del New Deal
norteamericano lanzado en 1933.
La superación de la crisis fue lenta, difícil y, en algún caso, incompleta
antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Por otra parte, fue muy
distinta en unos y otros países. Y no careció de importantes consecuencia
políticas.
En Estados, el New Deal (1933-1938) impulsado por
Roosevelt, candidato
demócrata vencedor en las elecciones presidenciales de 1932, significó una
profunda transformación en la política económica y social de un país
caracterizado hasta entonces por la escasa intervención del Estado en
estos asuntos. El intervencionismo estatal perseguía la recuperación de
los decaídos precios industriales y agrarios y la elevación de los
salarios a través de regulaciones de los mercados basadas en dos leyes de
1933 (la Agricultural Adjustment Act y la National Industrial Recovery Act)
que serían declaradas inconstitucionales en 1935. La Ley Bancaria de 1933,
además de otras reformas, implantó un seguro para los depósitos bancarios
que redujo la desconfianza del público ante un sistema financiero en grave
crisis. También consistió en reducir el desempleo mediante un programa
expansivo del gasto público (Federal Emergency Relief Act) que incluyó
importantes obras de infraestructuras (autopistas y embalses,
principalmente). La Ley de Seguridad Social de 1935 estableció el seguro
de desempleo, así como otras formas de gasto social (seguros de vejez,
accidentes y enfermedad, pensiones, etc.). Ahora bien, fueron los gastos
bélicos, los que finalmente lograron reducir un persistente desempleo que
se mantuvo, excepto en 1937, por encima del 15% hasta 1940.
Más claramente socialdemócrata fue la modalidad sueca de enfrentamiento a
la crisis. En alianza con un partido moderado de base agrario, los
socialdemócratas impulsaron una política económica sueca basada en el
temprano abandono del patrón oro y la devaluación de la corona, en la
política anticíclica mediante la expansión del gasto público y en la
redistribución de la renta y la ampliación del gasto social (impuestos
sobre la renta y la riqueza, segura general de desempleo, subsidios de
maternidad, etc.).
Muy distinta fue la forma en que Alemania buscó la salida de la Gran
Depresión: al igual que en Japón, un keynesianismo sui generis, en el que
desempeñó un papel decisivo el rearme. La política armamentística fue
complementada con un programa de obras públicas. El déficit público se
financió con la colaboración de la banca. El intervencionismo estatal se
extendió por el conjunto de la economía: desde el control de divisas al de
precios y salarios. Este último fue facilitado por la eliminación de los
sindicatos no progubernamentales. Se trataba de una solución económica
inseparable de los objetivos políticos expansionistas del régimen nazi.
El Reino Unido, pese a ser la patria de Keynes, fue el que adoptó
políticas más alejadas de las ideas del gran economista británico, excepto
por lo que se refiere al relativamente temprano abandono del patrón oro.
Su relativamente temprana recuperación económica parece deberse a factores
fundamentalmente internos que en buena medida responden al mediocre
comportamiento de la década precedente: la baja de tipos de interés, que
favoreció la inversión de las empresas y el consumo de bienes duraderos
por las economías familiares y el círculo virtuoso de la interacción entre
los comportamientos de unas y otras. A partir de 1938, el rearme alemán se
reflejó en la política británica, que contribuyó a la salida de la crisis
por la vía del incremento del gasto militar.
En resumen, la Gran Depresión constituyó un terrible shock económico que
marcó una antes y un después en la historia del mundo. Afortunadamente
algunas de sus lecciones, al igual que las de la Primera Guerra Mundial,
fueron bien tenidas en cuenta después de la Segunda, al fin de cuya
inmediata posguerra se inició un período de características económicas
muy distintas: la “Edad de oro” del crecimiento y de la cooperación e
integración económicas internacionales.
Autor:
Rafael
Dobado González
|
Introducción
Los problemas de la posguerra(1919-1924)
Los "felices años veinte"
La gran depresión de los años treinta
Textos históricos
Cuestionarios y ejercicios
Historia del mundo en el siglo XX
Historia de las relaciones internacionales
en el siglo XX
|