La muerte de Stalin abrió múltiples esperanzas en las "democracias populares".
Rakosi, el líder stalinista húngaro que en esos momentos dirigía el país fue
sustituido por Imre Nagy en 1953. Las reformas que introdujo fueron demasiado
para Moscú y en 1955 Nagy fue sustituido y expulsado del partido. El nuevo
líder Erno Gero dejó claro que las reformas no irían más allá.
Sin embargo, en 1956 diversos factores transformaron radicalmente la situación
húngara. Envalentonados por el "informe secreto" de Kruschev y las protestas
polacas que habían llevado al poder a Gomulka, el 23 de octubre una gran
manifestación de estudiantes clamó por reformas liberalizadoras en Budapest.
La represión policial convirtió un manifestación pacífica en una revolución.
La protesta se extendió por todo el país y el ejército húngaro se unió a ella.
El Cardenal Mindszenty, encarcelado, volvió escoltado entre vítores al palacio
arzobispal. El Partido Comunista se disolvía por todo el país.
Imre Nagy volvió al poder al frente de un gabinete de coalición y comenzó
negociaciones con Moscú para que el Ejército Rojo, que se había retirado de
Budapest pero continuaba en el país, abandonara definitivamente Hungría. El 1
de noviembre Nagy anunció la salida de Hungría del Pacto de Varsovia ,
solicitando a las Naciones Unidas que reconociera a Hungría como un país
neutral bajo el amparo de las grandes potencias.
Eso fue demasiado para el Kremlin. Los tanques soviéticos entraron el 4 de
noviembre en Budapest. Nagy se refugió en la embajada yugoslava. Un nuevo
gobierno "obrero-campesino" dirigido por Janos Kadar y apoyado por los
ocupantes soviéticos afirmó que la "contrarrevolución" había sido derrotada y
el orden restaurado. Para no asociarse a los desprestigiados líderes
stalinistas, Kadar anunció negociaciones para la retirada de las tropas
soviéticas (aunque Hungía continuaría en el Pacto de Varsovia) y se distanció
de la "camarilla Rákosi-Gero.
La "normalización" no fue sencilla. Se declaró la huelga general y los choques
armados con las tropas soviéticas fueron muy duros. Hubo verdaderas batallas
campales en el centro de Budapest. En poco más de una semana el "orden" fue
restaurado. Miles de muertes, grandes destrozos y 200.000 exiliados, entre
ellos una parte importante de las clases más educadas, fueron el coste social
de la fallida revolución húngara.
John Foster Dulles proclamó "A todos los que sufrís bajo la esclavitud
comunista, os digo que podéis contar con nosotros". Sin embargo, el bloque
occidental no hizo nada para frenar la invasión. De nuevo volvió a verse como
la superpotencias respetaron casi siempre las zonas de influencia surgidas de
la segunda guerra mundial. La revuelta húngara era un "asunto interno" del
bloque soviético. Además, la crisis de Suez pronto vino a superponerse a la
desgracia del pueblo húngaro.