Tras la crisis de Suez (1956), cascos azules de la ONU separaron a las tropas
egipcias e israelíes en un marco de paz muy inestable. Mientras las dos
superpotencias consolidaron sus posiciones en el Oriente Próximo.
El 18 de mayo de 1967, Nasser pidió al entonces secretario general de la ONU,
U Thant, la retirada de las fuerzas de la ONU estacionados en territorio
egipcio. En un ambiente de creciente tensión, Egipto recibió el apoyo
soviético y de los demás países árabes, mientras que EE.UU. apoyó firmemente a
Israel.
Israel acabó con la tensión lanzando un ataque por sorpresa el 5 de junio de
1967. La guerra fue un paseo militar para el Tsahal, el ejército hebreo. El
Sinaí egipcio, la franja de Gaza, Cisjordania, la ciudad vieja de Jerusalén y
los Altos del Golán sirios cayeron en solo seis días en manos de Israel. El
territorio ocupado por el estado hebreo pasó de poco más de 20.000 kilómetros
cuadrados a 102.400. Pese a las protestas de la ONU y el desacuerdo de las
grandes potencias, el Parlamento israelí acordó el 23 de junio la anexión de
la parte árabe de Jerusalén.
Las reacciones a la derrota árabe no se hicieron esperar:
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En la conferencia de jefes de estado árabes celebrada el 28 de agosto en
Jartún (Sudán) se constituyó el "Frente del Rechazo": los participantes se
comprometieron a no reconocer y a no negociar ni concluir la paz con Israel.
Mientras la OLP comenzaba a tratar de obtener su propia autonomía, dirigiendo
la batalla contra el ocupante israelí.
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Las Naciones Unidas adoptaron el 22 de noviembre de 1967 la resolución 242: en
ella se estipula que Israel debe de retirarse de los territorios ocupados,
según la versión francesa del texto, y de ciertos territorios ocupados, según
la inglesa, y se afirma el derecho de cada nación en la región de vivir "en
paz en el interior de fronteras seguras".
La gran victoria de Israel en 1967 inicia el elemento esencial del problema
israelo-palestino hasta nuestras días: la situación de los territorios
ocupados de Gaza, Cisjordania y la parte árabe de Jerusalén.