Aunque en la Conferencia Económica Internacional de Londres en 1933 negó el
apoyo norteamericano a una política de estabilización monetaria internacional,
optando por soluciones de claro nacionalismo económico, Roosevelt fue un
hombre claramente preocupado por las cuestiones internacional. Además de
lanzar la política de buena vecindad con respecto a Latinoamérica, llegó a
acuerdos de estabilización monetaria con Gran Bretaña y Francia en 1936 y
reconoció al gobierno de la URSS, algo a lo que se habían negado todos las
anteriores administraciones norteamericanas.
El dominio de los aislacionistas en el Congreso propició la Ley de
Neutralidad de 1935. Aunque Roosevelt la aceptó, ya en 1937 propuso que las
naciones amantes de la paz debían establecer una especie de "cuarentena" a las
potencias agresoras. Aunque, aparentemente sólo pensaba en la ruptura de
relaciones diplomáticas, la reacción en el país fue tan grande y rápida que el
presidente debió desdecirse y volver a una política de estricta neutralidad.
A partir del estallido del conflicto, Roosevelt convenció al Congreso para
tomar medidas de creciente implicación en apoyo de las democracias,
especialmente al Reino Unido cuando esté quedó solo frente a Hitler, tras la
derrota francesa. La Ley de Préstamo y Arriendo, en marzo de 1941, y la firma
con Churchill de la Carta del Atlántico, en agosto de 1941, son buenos
ejemplos de esta actitud.
Finalmente, el bombardeo de Pearl Harbour precipitó el ingreso en la
guerra de la gran potencia norteamericana y llevó a Roosevelt a convertirse en
el líder de los Aliados. En enero de 1943 impuso la idea de una "rendición
incondicional" de Alemania como la única posible salida al conflicto.
Roosevelt, con la ayuda de su secretario de Estado, Cordell Hull, llevó
personalmente la política internacional norteamericana. Reforzó la "relación
especial" con Gran Bretaña y buscó prolongar la Gran Alianza con el Reino
Unido y la URSS tras la victoria, creando un sistema de seguridad colectiva
inspirado en los principios de la Carta del Atlántico.
Enfermo y próximo a su muerte, participó, entre otras, en la
Conferencia de Yalta, en febrero de 1945, en la que según sus críticos fue
demasiado comprensivo con las ambiciones de Stalin.